Introductio:
La comunicación no es reductible al intercambio de información, comunicar es algo más que empaquetar las palabras o las ideas y enviarlas al destinatario para que las desempaquete, el proceso es más complejo, incluye otros factores y, sobre todo, obedece a una intencionalidad diferente.
Tomando como referencia las funciones del lenguaje planteadas por Jacobson, vemos como el trasvase de información sólo compete a la función referencial del lenguaje, mientras que el proceso comunicativo añade un componente apelativo, intencional, un uso del lenguaje como instrumento de acción.
El lenguaje pasa de ser un código a ser un instrumento con el que modificar la realidad externa, tanto del receptor como del contexto.
Este poder de la palabra era bien conocido por los retóricos antiguos, de acuerdo con sus ideas, el discurso debía regirse por tres objetivos: instruir, mover, atraer o provocar y deleitar (todos ellos apelativos), que ordenaban las cinco operaciones básicas de constitución del discurso (inventio, dispositio, elocutio, memoria y pronuntiatio o actio).
La última de ellas, la actio o pronuntiatio, es la que compete directamente a la oratoria, disciplina ocupada del “arte de hablar”.
Actio o pronuntiatio
Quintiliano en su “Rhetórica ad Herenium” dice que el uso de ambos términos está justificado, pues cada uno de ellos hace referencia a uno de los aspectos implicados en la actualización discursiva, mientras que la pronuntiatio haría referencia a la voz, la actio lo haría al lenguaje corporal.
Es decir, que al contenido, se le añade la forma, el cómo sobre el qué. Esta doble consideración al incluir el componente corporal da también cabida a considerar la dimensión espacio-temporal del discurso, objeto de estudio de la pragmática (proxemia) actual. Y supone una apreciación del texto discursivo como un tejido o red de múltples signos que por ser de naturaleza distinta traen al momento comunicativo múltiples significantes que interactuan poniendo en juego los diversos sentidos que cada significante invoca.
Esta sensorialidad de la comunicación, que trasciende al elemento racional, es la que la convierte en un instrumento tan efectivo, entra en el receptor por todos (o casi) sus sentidos. Así la comunicación queda vinculada no sólo a la comprensión textual, sino también a la experiencia sensitiva. El receptor o auditor se caracteriza en este caso por la poliacrosis o audición plural.
Así, en esta línea de cosas, ocuparnos del arte de hablar es ocuparnos, tal y como lo enuncia Cicerón, del modo en que se dice, que está en dos cosas: en el actuar y en el hablar.
Empecemos por el hablar. En su Rhetorica ad Herenium, Quintiliano, sucesor de Cicerón, se ocupa extensamente de las cualidades de la voz, estableciendo que éstas dependen tanto de las condiciones naturales como del arte en el uso de esas condiciones.
En la actualidad sabemos que la determinación anatómica en cuanto a cualidad vocal es tan pequeña que resulta poco significativa y que la voz obedece fundamentalmente a factores relacionados con el aprendizaje, con lo que Quintiliano llamaba el arte. Pero las tres facetas que propone Quintiliano en cuanto a aspectos a desarrollar siguen teniendo vigencia. Él nos habla de la magnitudo o volumen (….), de la firmitudo o firmeza (….) y de la mollitudo o suavidad o flexibilidad, siendo ésta última la que permite que la voz pueda amoldarse a las distintas entonaciones conversacionales, polémicas o amplificadoras.
Son los estudios paralingüísticos actuales los encargados de ordenar y sistematizar los distintos componentes vocales que envuelven al lenguaje. La paralingüística los sistematiza dividiéndolos en características básicas, alternantes y calificadores. (….)
Fruto de la intervención en paralelo, simultánea, de éstos elementos vocales y de la multisensorialidad del mensaje, en el que se supone implicado el cuerpo entero, es lo que Valle, en su conferencia sobre Oratoria y teatro llama el “matiz”, lo que Barthes denomina “grano de la voz” o lo que Jouvet nos describirá como “deslizarse en la palabra”. Fisiológicamente este fenómeno parece explicable por el aumento de resonancias graves perceptibles como vibraciones en la zona pectoral y que dotan a la voz de una “organicidad” fruto de una colocación laríngea descendida, pero que son recibidas como cuerpo vibrante que sustenta el mensaje, como implicación en el mensaje. Acústicamente se percibe como voz aterciopelada, vibrante o corpórea. Es, en definitiva, fruto de una implicación muscular, real, en la intención del mensaje.
La palabra exige una pronunciación clara y correcta. Cualquier problema articulatorio trasladará la atención al procedimiento articulatorio en sí mismo haciendo que los fines persuasivos de todo el acto, su razón de ser, se vean comprometidos o dificultados. La pronunciación adecuada será a la postre aquella que no sea perceptible, que cumpla con su cometido de manera tan eficaz que no llame la atención ni por su defecto ni por su exceso, siempre y cuando la pérdida de su neutralidad no sea deliberada y obedezca a una intención comunicativa formal.
La pronuntiatio fruto de la interacción de los diversos factores vocales inmersos en la articulación, si bien se desenvuelve en el terreno de la forma, resulta elemento comunicativo en cuanto que esa forma informa, valga la redundancia, si bien no con un código establecido o directamente traductible, pero sí envolviendo al mensaje de una u otra atmósfera vocal de tal modo que lo hace evocar uno u otro tipo de contenidos.
Todos sabemos que cuando entra en contradicción el qué se dice y el cómo se dice, el pulso lo gana la forma, el cómo. Esa tensión entre ambos aspectos es la que posibilita el uso de la ironía o determinados efectos de comicidad.
Pero en la pronuntiatio, a la voz del emisor y a su pronunciación, se le suma también, como un nuevo halo de significaciones evocadoras la forma sonora de la palabra dicha. Es lo que la estilística estudia bajo el nombre de fonosimbolismo o fonoestilística, el valor del sonido en sí mismo como elemento sugeridor o invocador de sensaciones.
Es interesante en este punto recordar la metáfora que Alex Grijelmo nos propone en su libro la seducción de las palabras, cuando nos dice que cada palabra es como un frasco de perfume que al ser abierto vertiera su aroma en el aire, ese aroma, fruto de todos los usos anteriores, es también fruto del tipo de sonidos que conforman las palabras, de tal modo que se hace imposible hablar de sinónimos, pues al tener significante distinto van a “oler” (por seguir con el juego metafórico) de forma diferente. Piénsese, por ejemplo, en padre/progenitor/papá o en querer/amar, ambas parejas consideradas sinónimos según la RAE.
La actio
Si el elemento formal vocal tanto del individuo como, aunque en menor medida, de la palabra, pueden cuestionar, refutar o reforzar el contenido del mensaje, por encima aún hay otro elemento cuya influencia domina sobre las vistas. Estamos hablando del gesto.
El gesto puede significar más que las palabras, puede incluso significar más que las palabras dichas. Los mensajes corporales aun cuando son decodificados de manera menos consciente que los anteriores ejercen una poderosa influencia y crean una tensión dialéctica entre le mensaje enunciado y el cuerpo gestualizante que lo sustenta, nutriendo al hecho comunicativo de una nueva dimensión espacio-temporal. La figura poliédrica se va completando.
Cuando esa dialéctica se rompe, bien porque el gesto resulte en exceso redundante o bien, al contrario, porque el gesto informe de otra realidad, todo el contenido del mensaje se va a ver afectado. En el primer caso, comprometemos la finalidad del discurso, el exceso de elementos explícitos provocará irremediablemente una relajación de la atención del receptor, con lo cual cualquiera de las finalidades se va a ver dificultada. En el segundo, la forma corporal gana el pulso a la palabra hablada, si en ésta la voz dominaba al contenido, ahora es el cuerpo el que es capaz de vencer a la voz. Asumimos de manera general que el cuerpo no miente, quizá porque se escapa más que el resto del control consciente.
Para Quintiliano el gesto debía estar regido por la idea de “aptum”, de adecuación, de coherencia, es lo que mucho después Lausberg traduce como “armonía” entendiendo con ella la concordancia de todos los elementos que componen el discurso o guardan relación con él.
En la actualidad, la llamada comunicación no-verbal se ocupa de los mensajes corporales y a través del estudio de la kinesia, proxemia y cronexia busca desentrañar sus sistemas de significación.
Los estudios kinésicos organizados a partir de tres grandes ejes: gestos, maneras y posturas, que se aplican como matrices de observación a los distintos segmentos corporales (rostro, manos, postura, apoyo…) buscan establecer las claves de un lenguaje corporal que pueda ser dominado para su uso consciente o deliberado.
Por su parte la proxemia, a caballo entre la paralingüística y la pragmática, toma como objeto de análisis las relaciones espaciales, su componente social, su valor comunicativo.
Y, por último, la cronexia se ocupa de la percepción subjetiva del tiempo como variable influyente en la comunicación.
El arte de hablar, será pues el resultado de la medida, de la proporción adecuada de los distintos elementos que hemos ido analizando, de su armónica intervención, de su equilibrio.
Kandinsky, en este sentido, hablaba de la ley de distribución, según la cual cuando un elemento comunicativo es muy poderoso, el resto debe aminorar su presencia en pro de la armonía. Una armonía que está guiada por el concepto de aptum al que aludíamos antes y que nos recuerda que toda la situación no se da en un vacío contextual, ni en cuanto a los factores internos ni en cuanto al tipo de texto o acto comunicativo y que la consideración de esos factores harán que lo “apto” se configure de un modo u otro. Podemos de alguna manera hacer equivalente ese concepto al de una estética que se transparente en el tratamiento de los distintos elementos que conforman el acto comunicativo.
Decía al principio que la comunicación entendida como algo más que intercambio de información nace de la presencia de una intención apelativa. Esa intención presente en el momento de actualización discursicva, en la actio y pronuntiatio estudiadas y a la luz de todo lo visto, tiene un indudable carácter de actuación en sentido teatral. Ya Aristóteles la asociaba al teatro afirmando que “la actio cuando se aplica, hace lo mismo que en el arte teatral”. No debemos olvidar que la semiótica teatral en su teorización está relacionada con esta quinta y última operación discursiva, en cuanto se refiere al texto espectacular y a la representación teatral actualizada en la que los elementos fundamentales son el personaje y en él su pronuntiatio (voz y características articulatorias) y su actio (kinesia, proxemia y cronexia), el espacio, el tiempo, el universo sonoro no vocal y los sistemas de significación que atañen a los sentidos menos racionalizables, pero no por ello ausentes (olfato, gusto, tacto).
Conclusión
Quiero concluir con Heidegger ( es lo único que haría con él) afirmando que la palabra hablada es la morada del hombre, por lo que, añadiría, que el arte de hablar no es otra cosa que invitar a otro u otros a compartir esa morada, sus colores, sus aromas, sus alimentos, sus sensaciones o sus vistas.
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Muy buen post, Carmen.
Aprovecho para agradecer la sabiduría que compartes con todos tus alumnos, elenco del que formo parte.
Tu forma de dar clase es muy acertada e inteligente. Concluyo también yo con Heidegger diciendo que me encanta habitar de vez en cuando en tu rica morada.
J.S.